Una de las virtudes que tiene el viajero es la de ser un perfecto extraño. Esta condición le hace totalmente inmune a los rigores de la rutina de los otros e incluso invisible. En el 2008 viajé a Chile a encontrarme con mi hermano. Fue un viaje extraordinario-el primero al sur de mi propio continente-. Estando en Chile me seguí hacia Buenos Aires donde tomé la siguiente serie de fotografías, exceptuando la última que fue tomada en San Francisco ese mismo año y motivada por el mismo frescor de observar desde mi posición de caminante, los cuerpos en movimiento, la belleza de los parques; esos pequeños ecosistemas que acogen con tanta hermosura el espíritu de los niños y la armonía en general. Me pregunté en algún momento al ordenar esta secuencia cómo habrán sido cuando niñas las dos ancianas que practicaban Tai-Chi.